Ornamentos del yoga – Kuntis de Tulasi

Ornamentos del yoga – Kuntis de Tulasi
By: Carla Sanchez | Oct. 05, 2016
Con frecuencia verás a profesores de yoga llevar colgantes con cuentas de madera, ciertas pulseras, o incluso turbantes en la cabeza. Estas piezas no son meros elementos decorativos que le dan un toque exótico a quien los usa, sino que guardan un significado asociado a la práctica de asanas y a la meditación.
Este post inicia una serie de tres artículos donde os hablaré más detenidamente de estos adornos, su procedencia y su simbolismo.
El Kunti es un largo collar que se lleva con varias vueltas en el cuello, o se enrolla en las muñecas y en los tobillos. Está hecho de pequeñas cuentas talladas de la madera seca de un arbusto llamado Tulasi que se considera sagrado en India.
El Tulasi se aprecia como un aspecto del señor Krishna, una manifestación de su espíritu en la naturaleza y por lo tanto es portador de sus virtudes. Esta planta se venera desde los tiempos védicos y el collar se ha popularizado como un ornamento propio de los religiosos más devotos.
Los Kuntis se asocian también al Bhakti Yoga, el yoga de la devoción por dios y el sendero del amor promoviendo el canto de mantras, el servicio a los demás, la oración, o la rendición a lo divino.
A esta madera se le atribuyen también propiedades curativas dentro de la medicina ayurvédica, tiene efecto calmante, se cree que es un signo de buen auspicio y se dice que equilibra la energía de los siete chakras.
Como todo talismán su mayor poder reside en la importancia que le confiere la persona que lo lleva. Si tener un objeto físico te ayuda a concentrarte, a tener más presentes los aspectos espirituales de tu práctica de yoga, o simplemente te serena, el Kunti de Tulasi es un elemento con mucha carga histórica y energética por el mero hecho de proceder de un ser vivo vegetal. Puedes adquirirlo en herbolarios o a través de internet.
Y si no eres de ornamentos pues ahora ya conoces algo más sobre otros aspectos que rodean al yoga.
El enemigo es el miedo

Vivimos una era convulsa. Se nos escapan todas las razones que algunas mañanas nos retienen en la cama con tal de no enfrentarnos al periódico. La violencia es tan penosamente familiar que ha perdido la capacidad de conmocionarnos, de hacernos saltar de la silla para cambiar las cosas. La saturación de imágenes violentas, de noticias de opresión y tiranía, de historias grotescas y a menudo desalmadas, ha llegado a convertirnos en seres pasivos e indiferentes que siguen los mismos pasos cada día hasta volver a la cama.
Ha sido así durante años, yo lo reconozco no sin pudor: puedo vivir mi vida sin luchar contra el hambre o la guerra. Sin embargo, un fantasma indeseable se ha instalado en nuestra comodidad: el fantasma del miedo al futuro. Lo más alarmante no es que no sepamos cómo echarlo de nuestra casa; es que no sabemos enfrentarnos a él porque no sabemos qué cara tiene. El miedo se impone como una herramienta de control despiadada que ataca a la verdad. Dondequiera que nos encontremos, el terrorismo acota los senderos de la libertad.
Hoy como nunca, se hace vital dotar a la palabra “yoga” de un significado más profundo que la mera práctica de Asana si se quiere trascender su importancia a la vida diaria. Quizás porque la auténtica enseñanza del yoga está fuera de la esterilla, hay que vivir con coraje y compasión. Ofreciendo la experiencia de nuestra práctica como el mejor fruto a los demás; actuando solos no podemos cambiar las cosas. Es totalmente posible resolver los problemas del mundo usando los ojos del yoga, ya que con ellos siempre veremos con discernimiento. La humanidad aspira a actuar como una familia, como un sólo ser. Por eso, cuando entro en una clase de yoga, no veo alumnos sino practicantes por la paz. Al inhalar, somos conscientes de que el amor destierra al miedo. Al exhalar, somos conscientes de que en nuestro país habita el odio y la ira. Al inhalar, recordamos que las personas que sufren son nuestro propio ser. Al exhalar, recordamos que ya hemos empezado a cambiar las cosas. Al hacerlo durante varios minutos volvemos a la realidad de nuestro cuerpo. La energía de la atención nos ayuda a reconocer la pena que hay detrás de cualquier miedo, a abrazarlo con ternura y aceptar que con independencia de las circunstancias, el ser humano viene de una sola fuente.
En este instante calmemos el miedo y la ira en nuestros corazones. Pongamos en su lugar la lucidez y la comprensión. Todos somos víctimas del miedo. La tierra es nuestro único hogar, el hogar de todos. Ahora que lo sabemos, que el miedo es el enemigo, es el momento de expresar un profundo deseo de paz y reconciliación. Ante el miedo, camina, habla y escucha en paz.